Bienvenido a la web de Carmen Domínguez, te invito a conocer mi obra, mi taller y transmitirte mi pasión por la pintura.
Gracias por dedicarme unos minutos de tu preciado tiempo
Mis obras están agrupadas en distintas etapas por las que he ido pasando, desde la más actual (Otoños Gallegos) hasta a la más antigua (década de los setenta), descubrirás la evolución después de 40 años dedicados al mundo de la pintura.
Mi obra!Conoce mi mundo, los distintos espacios del taller y las diferentes tareas que conlleva la creación de una obra
Entra en mi taller!A mí me inspiran las cosas sencillas, lo que la naturaleza nos da. Lo tenemos todo a la vista. Por supuesto no puedo obligar a nadie a compartir esa sensación, pero invito a la gente a que mire y busque la verdad de lo que tenemos, siempre fui contemplativa, nunca supe que era un sentimiento artístico, nos dice la pintora.
Carmen Domínguez sigue diferentes corrientes, lo que le importa es plasmar lo que le apasiona, la luz y la atmósfera, y Galicia es rica en ello. Toma sus bocetos del natural, estudia todos los matices de la luz con minuciosidad y termina la obra en el taller. Pinta con libertad y toma riesgo con respecto a la técnica de luces. Esta puede ser la clave de su pintura.
La revelación de la vida, secreto de las cosas pequeñas. Hace un trabajo minucioso, un cuadro es algo muy laborioso, le puede llevar tres meses. Utiliza el lienzo como soporte, trabaja telas y maderas y escoge la imagen, el impacto del sol, la densidad del aire, los cambios de luz a lo largo del día. Puede pasar tres días para coger un rayo de sol como ella desea. Carmen nos comenta que Lalin y los Outonos galegos están muy emparentados, pues su paisaje natural está lleno de carballeiras. Después de recorrer hace unos años el Camino de Santiago me he reencontrado con mi niñez, ahora que el asfalto lo cubre todo.
Lara Rozados. El Faro de Vigo. 28 de septiembre 2013
«Trabajo como un científico, que inventa unas píldoras y se las toma para comprobar sus efectos sobre uno mismo». Así define Carmen Domínguez su día a día en el taller de Charinos, en Pontevedra, donde la curiosidad, tan fundamental en la vida, le lleva por un camino pictórico sin meta, tras más de cuatro décadas creativas. La artista pontevedresa exhibirá en el museo municipal Aller de Lalín sus «Outonos galegos» entre los días 4 y 25 de octubre, fruto de seis años de investigación constante.
Una obra que invita a un viaje al sentido más profundo de sus significados, siempre multidireccional, donde se percibe la luz por sus propias sombras, donde las sombras se forman mediante la misma luz que penetra la atmósfera. Podremos ver la vida delante de nosotros, serena y luminosa, escondida en las cosas pequeñas. Carmen Domínguez es pura electricidad, pasión vital que refleja en sus creaciones. Laxeiro apadrinó su primera exposición en Pontevedra en 1983, «aunque desde pequeña me di cuenta de que tenía sentimiento artístico». Para ella, las pinturas son autorretratos: «A diferencia de ciencia o religión, hay tantas definiciones de arte como artistas». Y acercarse a su conocimiento no resulta fácil: «Saber de arte es un proceso largo, primero hay que saberlo todo, luego vaciarse de todo y desarrollar lo propio».
Reconoce haber pasado en su dilatada trayectoria por todos los istmos artísticos, con el color como protagonista actual. Se clasifica entre los artistas que «nos hemos liberado de muchas servidumbres, me considero pintora independiente, que se monta sus propias elucubraciones, a su aire». A Carmen Domínguez no le preocupa el tiempo creativo, que solo mira el reloj cuando despierto y al echarme a dormir». «Tengo la impresión –afirma- de que me falta tiempo para hacer todo lo que quiero hacer, me quedan bastantes años para mejorar mi obra».
«Pinto lo que veo, no lo que pienso», resalta Carmen Domínguez, capaz de encontrar belleza en la luz del amanecer, con una paleta clara y técnica perfecta, audaz en su visión de la naturaleza. La obra fina es la conclusión de sus sensaciones, de las investigaciones que acomete sobre la luz y la atmósfera. «El sol es el centro de toda la vida», capturado con perfección, junto a su luz, por esta artista cuya trayectoria está jalonada de múltiples premios y exposiciones por toda España.
Javier Benito. La Voz de Galicia. 28 de septiembre 2013
La artista pontevedresa inauguró su muestra "Tercera Estación". Descubrió su pasión por la pintura a finales de los años sesenta a través de las obras de los grandes maestros del arte. Desde entonces la pontevedresa Carmen Domínguez no ha dejado de pintar, de crecer con los pinceles en la mano y de aprender y evolucionar. Su última muestra -Tercera Estación- puede visitarse en la Fundación Araguaney (hasta el 30 de noviembre).
Carmen presenta diecinueve pinturas relacionadas con el otoño, realizadas con técnicas mixtas y con numerosas referencias a la naturaleza. "Abro y cierro la colección con puertas", dice la artista, "y el resto son paisajes otoñales". Una estación que a ella le gusta especialmente, confiesa, "porque es la época del año que tiene el cromatismo más bonito y variado. Sin duda, es maravilloso para pintar". Arropada por seguidores de su pintura y muchos amigos, Carmen Domínguez aseguró sentirmse "muy ilusionada" con una exposición que le ha permitido volver a presentarse en Compostela después de un tiempo sin exponer aquí. Asegura que "solo se hace arte si se busca lo que no se conoce, lo que no sabes pero si intuyes", y aunque el dominio del color es uno de los puntos fuertes de su pintura, la artista afirma que "en esta ocasión no tiene especial fuerza, porque el otoño es de tonos sutiles y delicados". Pese a ello, Domínguez insiste en su importancia porque "es algo innato", que tiene que ver con el ritmo interno vital, mientras que el dibujo se estudia y se aprende". Rotunda al afirmar que "la pintura es el modo que yo he elegido para ver el mundo". Carmen Domínguez dice que el "arte es un camino para la curiosidad, y yo he crecido mucho como persona con él".
Ana Iglesias. El Correo Gallego. 11 de noviembre 2010
La artista Carmen Domínguez expone en Santiago "el color es una cosa innata, aunque antes del color están las emociones". Y su reto como artista está en traducir esas emociones e intentar que esos colores signifiquen esas emociones.
En Galicia, dice Carmen Domínguez el otoño contiene todos los colores. Desde los rojos intensos, toda la gama de verdes, los ocres, etc. Y al mismo tiempo juega la luz con ellos, cambiándolos constantemente. La maestría de la luz es en lo que Carmen Domínguez siempre ha destacado. A lo largo de su trayectoría, la creadora ha mantenido contacto con artistas como Chillida, Lucio Muñoz, Eduardo Arroyo o Jorge Castillo. Y aunque subraya que ha aprendido de todos "porque todos crecemos con las referencias de los demas", si tiene que destacar a uno de ellos es al también pontevedrés Leopoldo Novoa con el que además estuvo trabajando varios meses. " Novoa es una persona entrañable y disciplinada", -comenta Carmen Domínguez-. Yo ademas llegué a trabajar con él en el momento justo con unos conocimientos y con una personalidad ya definida, él me enseño quizás a escuchar el silencio.
Maria Conde. La Voz de Pontevedra. 10 de noviembre 2010
La pintora Carmen Domínguez inaugura hoy la muestra titulada "Tercera estación" en la Fundación Aguaraney, la artista cuenta con una trayectoría profesional en el mundo de las artes de 35 años, apadrinada por Laxeiro, uno de los grandes pintores de la historia de Galicia.
Carmen Domínguez se adentró en este mundo a finales de los años 60, "cuando en un viaje a París descubre a los grandes maestros". Carmen, que mantuvo contacto con referentes del mundo del arte, como Eduardo Chillida, Lucio Muñoz, Eduardo Arroyo o Jorge Castillo, define la pintura de su nueva muestra como "una reflexión, como un elemento de melancolía". E indica que -Tercera estación-, en clara alusión al otoño, hace referencia a "una especie de explosión de color de la naturaleza antes de llegar a la monocromía del color, el invierno". Bonet Correa, otro de los grandes, apunta que la obra de Carmen Domínguez "es ecléctica en las ideas y virtuosa en la técnica". ¿Comentrá alguien la imprudencia de perdérsela?.
El Correo Gallego. 10 de noviembre 2010
La pontevedresa inaugura mañana "Tercera estación" en Santiago de Compostela. La autora define, la pintura de esta nueva exposición como "una reflexión, un elemento de melancolía". E indica que "Tercera estación" hace referencia a "una especie de explosión de color de la naturaleza antes de llegar a la monocromia del invierno".
Natural de Pontevedra Domínguez cuenta con una trayectoría de 35 años en el mundo del arte. Apadrinada por Laxeiro explican los organizadores de la muestra de Santiago, se adentró en el mundo de la pintura a finales de los años sesenta. Bonet Correa dice sobre esta artista: La pintura de Carmen Dominguez ha pasado por las distintas fases y tendencias estéticas de nuestro tiempo con el fin expreso de buscar el lenguaje plástico acorde con su vehemente deseo de expresar, a traves de las formas y del color, las sensanciones que han ido marcando su vida de artista. La obra de Carmen Domínguez es ecléctica en las ideas y virtuosas en la técnica.
Belén López. Diario de Pontevedra. 9 de noviembre 2010
La pintora pontevedresa Carmen Domínguez inaugura mañana, en la Fundación Araguaney, la exposición "Tercera estación", que Jorge Castillo define como una referencia a una "una especie de color de la naturaleza antes de llegar a la monocromía del color, el invierno".
Hay que parar en la "Tercera estación" porque es el otoño y supone un elemento de reflexión, y por la contradicción que supone la explosión de la naturaleza antes de entrar en la monocromía del invierno. En Galicia tenemos tres estaciones comenta Carmen Domínguez: la primavera con el verde; el verano, azul y oro; y el otoño con sus grises y su riqueza de matices. Laxeiro quien me apadrino hace 30 años me dijo -niña, tú vas a llegar muy lejos-. Fue la persona que escribió sobre mi obrar y me hizo crítcas muy gratas.
M Beceiro. La Voz de Santiago. 9 de noviembre 2010
Opiniones de Carmen Domínguez sobre el 175 aniversario de la ciudad de Pontevedra.
De la Pontevedra actual, ¿Qué es lo que más le gusta y lo que menos le gusta? Quiero a Pontevedra y me gusta toda, me parece familiar y creo que debería mejorar culturalmente. ¿Cual es la asignatura pendiente de Pontevedra? Culturalmente tener las puertas más abiertas. ¿Qué es lo que más le preocupa en relación con el futuro de la ciudad? El desempleo me preocupa: hay una generación muy formada y perdida por falta de empleo.
A pié de calle. S. Regueira Faro de Vigo 15-11-2010
Resulta oportuno y gratificante consumir los últimos días del estío e iniciar el gozoso otoño madrileño contemplando la exposición pictórica de una artista gallega, nacida en Pontevedra, Carmen Domínguez. Une esta excelente pintora a su devoción por los pinceles, un acendrado espíritu poético que se manifiesta en sus cuadros, en los que están patentes, además de una cuidada técnica, la exquisita sensibilidad y la capacidad de ensoñación propia de los artistas gallegos.
Podría hablarse de las influencias y estilos que están vigentes en la pintura de Carmen Domínguez, pero la verdadera atracción que siente esta artista, la que sublima su vocación, es la hermosa tierra gallega, asomada al océano – el mar de los descubridores- , de donde le llegan mensajes ignotos, viejos relatos de aventuras y cánticos de pescadores. Es tierra salpicada de hermosos rincones, cuya admiración relaja nuestro espíritu, y cargada de leyendas que nos animan a conocerla y comprenderla.
Quienes vivimos en Madrid, aunque tengamos cercano el recuerdo del mar, añoramos el verdor y frondosidad del paisaje gallego, sus playas y acantilados y el eco meloso del lenguaje de sus gentes. Hasta el rumor de esa manera de hablar, de sentir y de amar podremos captar en la muestra que Carmen Domínguez presenta en la Sala Juan Gris del Centro Cultural del Conde Duque. Y tendremos ocasión de gozar.
José María Álvarez del Manzano y López del Hierro Alcalde de Madrid, 1999
Afuera, el agua. Dentro, el agua, la tierra, el viento y el fuego. Expone la pintora Carmen Domínguez. Sus obras son un compendio de los cuatro elementos. Un crítico hablaría de cromatismos, de audacia creadora de texturas, de cuadros que mezclan la madera con el color. El color con las emociones. Los expertos más recalcitrantes y los más ingenuos ignorantes se emocionarán ante las criaturas de Carmen Domínguez.
Una tormenta de verano es suficiente para que algunos, los menos, busquen una novela (Juan García Hortelano). Para que otros, la mayoría, busquen refugio. Quien esto escribe se cuenta entre los últimos y durante mucho tiempo pensó que los pintores cubistas, en vez de botes, utilizaban cubos de pintura. Así es quien esto escribe. La tormenta preveraniega en realidad, fue desapacible y tempranera. El refugio, una sala de exposiciones. Bendita lluvia.
Afuera, el agua. Dentro, el agua, la tierra, el viento y el fuego. Expone la pintora Carmen Domínguez. Sus obras son un compendio de los cuatro elementos. Un crítico hablaría de cromatismos, de audacia creadora, de texturas; alguien que confunde un palanganero con un cubista, de cuadros que mezclan la madera con el color. El color con las emociones.
Domingo Marchena
La Vanguardia, Barcelona, 25-6-1998
Una pintora cuya obra ha alcanzado un estatus creativo de solidez, con un mensaje propio, con contenido plástico, sensorial e intelectual. Con un color en su valentía, en su capacidad, para hacerse dueña de él, a través del gran formato o de relatar de modo exquisito sus sensaciones en escuetos soportes, nos encontramos con su manera de concebir la pintura, su léxico material y el empleo de la luz.
Dos años de continuado trabajo para dar luz verde a esta exposición, y muchos más en la memoria de su trayectoria como pintora, componen el bagaje de esta Carmen Domínguez que durante este mes se presenta en las salas de la Estación Marítima.
Una pintora cuya obra ha alcanzado un estatus creativo de solidez, en el sentido de ser capaz de transformar su apasionada forma de entender la vida y la pintura en un mensaje propio, con contenido plástico, sensorial e intelectual. El soporte pictórico se convierte en un vehículo, posterior casi siempre a un breve paso por el apunto o el boceto, para transcribir el paseo de su mirada por el mundo y la vida.
Teniendo como aliados una versatilidad compositiva que echa mano de una geometría perfectamente calibrada en su desorden y un cromatismo vivo, pero sabiamente transcrito, dosificado en sus tonos y contrastes, su pintura abre las páginas de su diario cotidiano.
Con un color que en su valentía, en su capacidad, para hacerse dueña de él a través del gran formato o de relatar de modo exquisito sus sensaciones en escuetos soportes, nos encontramos con su manera de concebir la pintura, su léxico material y el empleo de la luz.
A partir de ahí, del trabajo con las texturas, las veladuras, con la materia en una palabra, nos adentra también en sus investigaciones espaciales que buscan quizás más que nunca adueñarse de la tercera dimensión. Por ello introduce metales que tensen y den volumen a sus telas, puertas que salen de sus fondos, inviernos intentando abrirse a otro espacio, recuerdos de vivencias geográficas, torcellos que recrean paisajes monocromos, pero con vocación de plasmar el volumen de la belleza sin color, pequeños huecos geométricos que hacen indagar, sugerir o respirar a muchas de sus telas.
Tiene todas las cartas de la baraja a su favor y ella es una vivaz e inteligente jugadora pero, sobre todo, quiere seguir jugando el juego de la vida y el arte.
R. Sarmiento
La Voz de Galicia 7/07/96
Caja Madrid, Zaragoza y Barcelona, 1998
Sin duda, el color es el elemento constituyente de la pintura, desde el que mejor se expresa Carmen Domínguez, un color casi siempre sutilmente matizado por la luz. Evoca, así, magistralmente frios inviernos, vacios delirantes y lo que de cálido pueda tener la memoria.
Pertenece la pintora pontevedresa Carmen Domínguez a esa estirpe de artistas que han llegado a la conclusión de que es posible manifestar, a través de la actividad plástica, intuitivos sentimientos, concebidos en cuadros que nos acerquen, pongo por caso, a la realidad del eco, a la existencia del olvido, a la bondad de un sueño... Desde similares concepciones formales, las fuerzas motivadoras de su trabajo artístico pueden también pretender reflejar el temblor o mostramos lo que, poéticamente, la pintora titula “el portal de lo intangible”.
Esta artista comenzó en el mundo de las exposiciones hace una docena de años con una obra estrictamente figurativa en la que manifestaba una formación de corte académico. Después vendrían tiempos en los que, buscando un lugar en el arte de hoy, reflexionaría, desde su práctica personal, en los valores de distintos “ismos”, bien importantes en la configuración de sus obras de bastantes años; así se puede aludir al cubismo, al futurismo, al surrealismo, a la hora de valorar diferentes etapas de su trayectoria.
Sin duda, el color es el elemento constituyente de la pintura desde el que mejor se expresa Carmen Domínguez, un color casi siempre sutilmente matizado por la luz. Evoca, así, magistralmente fríos inviernos, vacíos delirantes y lo que de cálido puede tener la memoria... Estamos ante una artista intuitiva, pero bien sabedora de lo que quiere hacer; ante una perseverante autora que indaga en la realidad del cuadro como espacio en el que lo bidimensional es algo superado y desde lo que es posible remitirnos a otros mundos.
J.M. García Iglesias ABC Cultural. Madrid, 5 junio, 1998
Los orígenes plásticos de Carmen Domínguez se sitúan en la figuración, pero, como explica la propia artista, “comienzas por copiar la naturaleza, pero llega un momento en que ves que la naturaleza ya está ahí y carece de sentido tratar de emularla. Así, pues, de pintar lo que veía pasé a pintar cómo veía las cosas y de ahí se derivó la querencia de expresar lo que sentía a través de las imágenes”.
La obra plástica de Carmen Domínguez, pese a decantarse hacia la abstracción, revela profundos y variadísimos influjos técnicos y plásticos, que van desde la pintura española del Siglo de Oro hasta Joan Miró o los expresionistas abstractos norteamericanos.
De hecho, los orígenes plásticos de Domínguez se sitúan en la figuración, pero, como explica la propia artista, “comienzas por copiar la naturaleza, pero llega un momento en que ves que la naturaleza ya está ahí y carece de sentido tratar de emularla. Así, pues, de pintar lo que veía pasé a pintar cómo veía las cosas y de ahí se derivó la querencia de expresar lo que sentía a través de las imágenes”. Para Domínguez, “el proceso de pintar es algo que te atrapa por completo, un ámbito personalísimo en el que el tiempo transcurre de manera destinta. Algunas veces basta con colocarse ante la tela y ya sabes adonde quieres llegar, otras, en cambio, es preciso luchar con la obra hasta que sacas algo. En todo caso, pienso que un artista debe enfrentarse a su trabajo día a día, tanto en las épocas en que las cosas vienen fácilmente como en períodos en los que la creatividad, la inspiración o lo que sea son procesos más dificultosos”. El tiempo parece ser una de las preocupaciones de la artista, como muestra su cuadro Apresúrate despacio, una obra en que la “esfera” de un reloj se antoja como un monolito cuadrado, hecho realizado por una peculiaridad técnica de esta pintora, consistente en crear espacios sobre distintos planos en algunas de sus obras, dándoles un punto de tridimensionalidad. Otros títulos como El portal de lo intangible, Donde habita el olvido, Más allá del color o una luminosa tela llamada Sueño feliz, dan una idea de la profunda relación entre sentimentalidad poética y expresión plástica, que se da en las obras de Carmen Domínguez, una relación que, en los cuadros, se verifica en un plano completamente pictórico exento de tópicos narrativos.
J. J. Navarro Arisa El Mundo. Barcelona, 22 mayo, 1998
Para Domínguez, la pintura es “un juego maravilloso en el cual lo no existente adquiere vida”, ya que es “un espectáculo íntimo en el que lo que registra el ojo se torna realidad”. La pintora pontevedresa trabaja la pintura pero también la escultura, ya que en sus cuadros sobresalen las figuras que quiere resaltar.
Carmen Domínguez, una pintora que utiliza sus cuadros como “medio de expresión, para hablar y para gritar”, ya que cada obra es resultado “de las vivencias, tanto vividas como soñadas”, según asegura la propia autora.
Para Domínguez, la pintura es “un juego maravilloso en el cual lo no existente adquiere vida”, ya que es “un espectáculo íntimo en el que lo que registra el ojo se torna realidad”. La pintora pontevedresa trabaja la pintura pero también la escultura, ya que en sus cuadros sobresalen las figuras que quiere resaltar. Las escaleras son para la autora “una vía de escape, una imagen del recorrido que cada uno tenemos que hacer en la vida para encontrarnos con nosotros mismos”. Cuando se acerca a un lienzo vacío, lo hace con la intención “de darle sustancia”, pero sobre todo, “con amor, porque el placer siempre me espera allí”. Sus obras son de todos los tamaños, aunque predominan las muy pequeñas o las muy grandes porque “me permiten expresarme mejor”. El color es uno de los elementos característicos que definen su obra. “El artista nace con el color, aunque puede ser también un resultado del estado de ánimo”, afirma Carmen Domínguez. Por eso, predominan los rojos, amarillos y naranjas en los alegres y los azules, marrones y grises, para evocar los fríos inviernos o los vacíos delirantes, pero sin olvidar lo cálidos que pueden ser cuando se refieren a la memoria. Y es que ésta es una parte central de la exposición, ya que “recordamos lo que amamos o amamos lo que somos capaces de recordar”. Carmen Domínguez asegura que actualmente “no añoro ningún paisaje”, porque con cada cuadro se “recrean ausencias, pero sin intención de sustituirlas”.
Eva García El Periódico. Zaragoza, 2 mayo, 1998
Su credo artístico – estilo y técnica – se vincula de manera insoslayable en una infiguración ¿de la realidad tangible?, y, para ello recurre en su mensaje a la abstracción geométrica o concretismo, que manan de sus invenciones abstractas, precedentes (también geometrales), de los años ochenta, de riguroso trazo lineal y pulcra realización, con evidentes reminiscencias de Kandisnsky, Klee y Mondrian.
La actual pintura de Carmen Domínguez se encuentra en la cresta de las vanguardias del país. Sus cuadros reflejan una lectura en todo su contenido, desde la nimia mancha o mínimo efecto de luz a las formas más superficiales que sustancialmente ofrece en sus obras. Su traducción pictórica se encuentra en cada uno de los detalles del compendio del formato del cuadro. Ante una de sus creaciones existen inherentes una serie de incógnitas a despejar, y es la propia Carmen Domínguez la que pueda dar la solución de la influencia directa que recibe y manifiesta desde su sensibilidad; o podría ser producto de una reacción intuitiva durante el proceso creativo y su vasto oficio. Su pintura posee una iconografía, con la que se manifiesta, que es ininteligible para todos por su inconcreción de las formas, pero con la ventaja para el espectador de poderla interpretar con entera libertad, por estar basadas en una simbología geometral de supuestas realidades externas y en la adusta materia que las complementa.
Su credo artístico – estilo y técnica – se vincula de manera insoslayable en una infiguración ¿de la realidad tangible?, y, para ello recurre en su mensaje a la abstracción geométrica o concretismo, que manan de sus invenciones abstractas, precedentes (también geometrales), de los años ochenta, de riguroso trazo lineal y pulcra realización, con evidentes reminiscencias de Kandisnsky, Klee o Mondrian, para desembocar virtualmente en la actual: más expresionista, libertaria y anárquica en su concepción y desarrollo, que la sitúa en la modernidad plástica de mayor innovación. Qué sería del hombre y, su mundo, en continuo estado evolutivo, sin la “locura” creadora de sus artistas (en todos los órdenes). Estos estados paranoicos y atrevidos, y ¿cómo no?, desdeñados en sus primigenias invenciones. Este es el loable ejemplo de trabajo que podríamos trasladar a la contemporaneidad de Carmen Domínguez, quien revoluciona, crea y recrea nuevas maneras pictóricas para animar la sensibilidad del ser humano y su vivo avance cultural. El eclecticismo de los planos y formas, en diferentes componentes, que en diversidad de diálogos entablan una idiomática interna para su comprensión estética y gusto del visualizador. Variedad de las materias para que en su conjugación textural y léxica dualicen en la dicción la misiva comunicativa o la expresión que desea emitir al espectador. Sintonía espectral que colorean los elementos dibujados, para transmitir emociones y hacer reaccionar la psiquis. Unas veces en categóricos contrastes, y otras, en preciosas armonías combinatorias, compensadas en asimétricos y perfectos equilibrios. Sea quizá, la pintura de Carmen Domínguez la respuesta a la influencia directa y subliminal que ejercen los entornos arquitectónicos urbanos; o en cambio, en el contrapunto, al también influjo ejerciente del entorno de su Galicia, en cuanto a todo medio natural y orgánico que tanto abunda. Una referencia de ello dimanada de los huecos de puertas y ventanas, o los grafismos, sin dar a escaleras, y los laberínticos espacios que confunden la congruencia de sus entendederas, o tal vez sean la babel de unos léxicos ilegibles para quien se adentre visualmente (espiritual) en sus muy elucubradas pinturas que refunden en la artista una traducción interiorizada que representan una intencionada búsqueda hacia una tercera – o cuarta – dimensión del propio plano con dos medidas físicas. O pueda ser una escapatoria mental o huida hacia el más allá, o el encuentro con la metafísica de los planos y la belleza creada por el conocimiento basado en la experiencia de la propia artista.
Teo Moza. Sala Doramar, Santa Catalina.Las Palmas de Gran Canaria, 1997
En su camino hacia la “pintura – pintura” su obra se transforma en una búsqueda formal del ideograma que recuerda la importancia dada por el arte oriental a la caligrafía, elevando el trazo a la categoría de arte.
Se presenta en la Estación Marítima una muestra de la pintora pontevedresa Carmen Domínguez. Hace unos años expuso en el Palacio Municipal, pero en esos cinco años su pintura ha evolucionado tanto que de aquellas obras tan sorprendentes en su día, apenas podemos reconocer nada, excepto, quizás, cierta obsesión constructivista. Carmen Domínguez ya nos tiene acostumbrados a esos cambios radicales en su pintura; de sus primeros bodegones, retratos y floreros dio un salto en el vacío. En su camino hacia la “pintura – pintura” su obra se transforma en una búsqueda formal del ideograma que recuerda la importancia dada por el arte oriental a la caligrafía, elevando el trazo a la categoría de arte. Pronto esa investigación basada en el trazo y en los colores planos, dio paso a las composiciones geométricas, de colores potentes, multiplicando las diferentes combinaciones de color.
En su estadio actual, que no será el último, la pintura de Carmen Domínguez mantiene su interés por la composición como uno de los elementos fundamentales en sus obras. Pero ahora añade, en su investigar cromático, la multiplicidad no ya de colores sino tonal: la pintora explota los ocres, los naranjas, los azules..., hasta sus máximas posibilidades, lejos ya de esos colores planos. Y junto a esto, su nueva obsesión por las texturas y por los volúmenes. El cuadro deja de ser bidimensional ante las incorporaciones matéricas y proyecciones de planos.
No podemos conocer cuanto durará este estadio en la obra de nuestra autora, pero sí puedo afirmar que en el proceso de continua investigación que caracteriza la obra de un artista, Carmen Domínguez ha llegado, en este momento, a una de las más completas obras de la pintura gallega actual. Sólo me cabe desear que su proceso creativo continúe y que pronto podamos contemplar un nuevo capítulo creativo.
Francisco Vázquez Vázquez
La Coruña 1996
La variedad y versatilidad de Carmen Domínguez es muestra de la riqueza de su universo plástico, de su decidida voluntad de convertir todo lo vivido y existente en pintura. La pintora acude siempre a dos elementos esenciales en su obra: el dinamismo en las composiciones y el color como soberano absoluto de la totalidad. En las composiciones echa mano del arsenal histórico de las vanguardias. En lo relativo al color son de señalar la viveza de su cromatismo, lo vibrante de sus timbres y la finura de sus tonalidades y el sabio empleo de veladuras.
La pintura de Carmen Domínguez ha pasado por todas las distintas fases y todas las diferentes tendencias estéticas de nuestro tiempo con el fin expreso de buscar el lenguaje plástico acorde con su vehemente deseo de expresar, a través de las formas y del color las sensaciones que han ido marcando su vida de artista. Ecléctica en las ideas y virtuosa en la técnica, ha sido capaz, en su sostenida acción, de asimilar las lecciones del cubismo, del futurismo y del surrealismo, a la vez que llevar a cabo obras de arte normativo y realistas. También obras adscritas al formalismo y a la postmodernidad última.
La variedad y la versatilidad de Carmen Domínguez es muestra de la proteica riqueza de su universo plástico. Al mismo tiempo es un testimonio de su decidida voluntad de convertir todo lo vivido y existente en pintura. Temperamento apasionado y sensorial a la hora de trasladar al lienzo o al soporte pictórico la versión visual de sus sensaciones; recibidas ante la naturaleza o el mundo de su entorno la pintora acude siempre a dos elementos esenciales en su obra: el dinamismo en las composiciones y el color como soberano absoluto de la totalidad. En las composiciones echa mano del arsenal histórico de las vanguardias históricas. En lo relativo al color son de señalar la viveza de su cromatismo, lo vibrante de sus timbres y la finura de sus tonalidades y el sobrio empleo de veladuras. Se ha afirmado que el siglo XX es el siglo del triunfo del color.
Si se vuelve la mirada haciael pasado se constata que el mundo que hoy nos rodea está coloreado con una intensidad antes desconocida. Al menos respecto al siglo XIX. Aunque hay pueblos y civilizaciones cuyo sentido del color se aproxima al de la pintura actual es bien cierto que hoy dominan, tanto en el arte como en la vida, los colores más impactantes, incluso se diría más chillones. Los grados de modernidad casi pueden medirse por la fuerza cromática de los objetos o del arte.
En el arte occidental a partir del impresionismo cambió la escala óptica del color. En la pintura contemporánea los que llevaron a sus últimas consecuencias el uso de los pigmentos puros fueron los "fauves". Su culminación la lograron los "cobra", con una fuerza brutal e invasora. En Carmen Domínguez el color, pese a su vivacidad, es más moderado, sin la exacerbación de los pintores arriba citados. Aunque a veces usa tintas planas, el predominio de reflejos y matizaciones por medio de tonos locales hacen que su pintura amaine la agresividad coloróstica que brota espontáneamente de sus pinceles. Interesada por la luz se puede afirmar que Carmen Domínguez es una seguidora de la tradición luminista española, originaria del levante mediterráneo y tan influyente desde principios de nuestro siglo en Galicia, país atlántico y septentrional.
Acerca de la pintura de Carmen Domínguez han escrito diferentes autores, desde el novelista Alfredo Conde hasta el crítico de arte X. Antón Castro. Todos ellos han señalado la dimensión creativa, inventiva y la diversidad poética de sus cuadros. La pintora pontevedresa, en el cenit de su quehacer artástico, al presentar en Madrid una antología de sus obras ofrece a todos los que se interesan por la pintura una muestra del fruto maduro de su irrefrenable e incontestable vocación creadora.
Antonio Bonet Correa. Prólogo del libro Carmen Domínguez. Editado por la Xunta de Galicia, 1995
La superación actual ha producido el efecto de un mejor control o templanza de sensualidad -que se adivina irrenunciable- de esta pintora, al tiempo que logra un empleo absoluto y libre del color. Un certero uso de efectos de luz aumenta la personalidad cromática de esta obra: un paisajismo entre monumental y arquitectónico, lírico en ocasiones, de rara definición, que le da voz propia al artista en el entremado de nuestra pintura.
Con todo su entusiasmo y con completa dedicación, la pintura de Carmen Domínguez (Pontevedra, 1951) ha recorrido un camino difícil: el de la búsqueda de un lenguaje propio. Se trata, desde luego, de una tarea ardua, y más en tiempos de tanta versatilidad, de tanta enrancia entre las muchas y diferentes tendencias contemporáneas. Por ello esta nueva exposición de su obra más reciente resulta estimulante. La muestra está dividida cabalmente en dos ámbitos: una primera sala, en que se recoge la expresión general de su trayectoria desde su abandono de las pautas del arte geométrico, progresando a través de hallazgos asumidos de las poéticas informalistas y de cierto magicismo de corte neorromántico y surreal, y un espacio expositivo separado con su última obra, la realizada a partir de 1993, donde se evidencia su comunión con presupuestos de la pintura postmoderna en relación al empleo de color, a la utilización del espacio y a la preferencia por “presentar” –en lugar de “representar”los asuntos pictóricos. La diferencia de calidades entre lo que se muestra, en una y otra sala reafirma la confianza y el interés en la propuesta de esta vehemente pintora gallega.
Siempre se había preocupado Carmen Domínguez por el elemento plástico de la materialidad, por la suntuosidad de los empastes y por la intervención complementaria de otras sustancias –tejidos, arenas, polvo de mármol, grafito-. La superación actual de aquella materialidad polivalente, recurriendo ahora exclusivamente a la técnica de combinar óleo con cenizas, ha producido el efecto de un mejor control o templanza de la sensualidad –que se adivina irrenunciablede esta pintura, al tiempo que se logra un empleo mucho más libre del color, el cual se dispone sobre el cuadro en grandes zonas de armónica contraposición, y en algunas ocasiones buscando el contrapunto entre la textura y colorismo plano. Un certero uso de efectos de luz aumenta la personalidad cromática de esta obra. En cuanto al espacio, Domínguez huye cada vez más de la ficción; así, los relieves y los huecos no se simulan, sino que se hacen surgir realmente en el soporte, el cual progresivamente va renunciando a su condición tradicional de plano y busca una nueva naturaleza plástica de objetividad escultórica y de oquedad arquitectónica. Aprovechando precisamente esas sugestiones de relieve y de hueco reales, se va conformando en cada cuadro su asunto, su configuración temática: un paisajismo entre monumental y arquitectónico, lírico en ocasiones, de rara definición. Y sobre esa complexión de color, espacio y temática asistimos a la definición del lenguaje buscado, que le da voz propia a la artista en el entramado de nuestra pintura.
José Marín-Medina. ABC Cultural.
Madrid, 8 septiembre, 1995.
La fuerza de las piezas presentadas, su vehemencia -señalada por el profesor Antonio Bonet Correa que es uno de sus prologuista- es lo primero que nos sorprende. Hay en ella un inusitado fervor por la pintura en estado puro, los lienzos de Carmen Domínguez están sabiemente manipulados para conseguir la sorpresa de los volúmenes. Colores intensos, contactos de planos que se atraen y se enamoran; colores que saben sugerir el misterio y la intriga.
La fuerza de las piezas presentadas, su vehemencia –señalada por el profesor Antonio Bonet Correa que es uno de sus prologuistases lo primero que nos sorprende. Hay en ella un inusitado fervor por la pintura en estado puro, que surge como si la hubiera redescubierto después de una larga época de tinieblas.
Su obra, que sabemos pasó por fases muy distintas, desde una educación académica con pasos por la figuración y el retrato, para, tras transitar por el cubismo, por el futurismo y hasta por el surrealismo (una aceleración vanguardista retrospectiva) llegó a esta mar océana del informalismo, aguas que le son harto propicias porque nada en ellas muy bien.
Los lienzos de Carmen Domínguez están sabiamente manipulados para conseguir la sorpresa de los volúmenes, en la tradición ya legendaria del maestro Lucio Fontana. Así, sus abstracciones matéricas juegan no sólo tonel soporte natural, sino que incorporan además la tercera dimensión dada por la tenaz consistencia de la propia pintura.
Colores intensos, planos, que hacen geometría imposible, encuentros, trazados de un movimiento, contactos de planos que se atraen y se enamoran; colores que saben sugerir el misterio, la intriga, en sus sobrios bosquejos de unos paisajes fantásticos que no existen en la tierra, pero pueden producirse en nuestras almas. La valentía de Carmen Domínguez queda en evidencia, es una artista con temple, con vigor, con una curiosa claridad en los deseos y una minuciosa capacidad de realización. Objetivos claros para una ejecución prolija y vigorosa. Y además un mundo de luminosa poesía septentrional, esa melancolía que da el norte y que ella usa con sabiduría pero sabe también cuándo hay que despejarla...
Borges escribió, ya en el hábito de una ceguera infinita, que la vasta noche no es ahora otra cosa que una fragancia, Carmen Domínguez en sus lienzos nos recuerda que la pintura puede ser también esa fragancia que nos fascina y nos concede su mejor favor, una belleza verdadera que golpea también nuestra inteligencia.
Marcos R. Barnatán
El Mundo, Madrid, septiembre, 1995
La novedad nunca es el "que", sino el "como", es entonces cuando el revival se convierte en novedad y el lenguaje adquiere la fluidez necesaria para narrarnos la vida, los sentimientos o el compromiso del creador. Carmen Domiíguez no alude a los matices sexuales. Su pintura es ella misma, es el placer reencontrado de la soledad de un taller, tambien el compromiso de la naturaleza y su conservación, con el tiempo y con los sentimientos que condiciona nuestra existencia.
Defender la pintura desde sus mismas entrañas y volver al texto bartheano como un placer necesario para desvelar claves y enigmas de su longevidad o de su incuestionable trascendencia, ubicarse en el territorio de la tradición para concretar una herencia que nunca puede morir, a pesar del absoluto dominio del objeto, refuerza todas las posibilidades que el artista sigue teniendo hoy, incluso desde la utilización de lenguajes en los que muchos podemos reconocer el legado de la historia. La novedad nunca es el “qué” sino el “como” y de esta guisa revisitar la historia más sobria y enérgica de la pintura puede desvelar igualmente planteamientos diferentes, cuando el artista que lo hace aporta situaciones y toques que singularizan su presencia, su especificidad irrenunciable. Entonces el revival se convierte en novedad y el lenguaje adquiere la fluidez necesaria para narrarnos la vida, los sentimientos o el compromiso del creador.
Sin este punto de partida difícilmente podría posicionarme en el reciente trabajo de Carmen Domínguez, que ha optado por la citada revisita en el umbral novedoso de una confluencia sorpresiva de la pintura en su esencia o en su propio despoje, de la dimensión poética del lenguaje que acompaña a sus títulos y de la soledad que traslada a cada uno de sus cuadros. Soledad que presiente la pintura en una óptica cromática reduccionista, incidiendo en la oscuridad, iluminada, a veces, por leves signos de color azul, o rojo. Pero, sobre todo, soledad del cuadro como territorio experimental de una geografía desértica y expandida, tan elocuente en su silencio como en las sugestiones que entrevemos detrás de unas luces imaginadas o de unos espacios sin poblar. El reduccionismo cromático no implica, sin embargo, una huida de las posibilidades del color. Este aparece como un elemento de control que fija tanto ritmos como composiciones. Y detrás de ellas la contralidad de un vacío cartográfico, rugoso, matérico, una naturaleza terrosa que entraña el paisaje como atmósfera y océano, pero, ante todo, como un estado del alma, a la manera de los románticos. Los títulos no sólo aluden a su dimensión poética, sino también a invocadas fuerzas de la naturaleza que, en ocasiones, presagiamos a la vista de pájaro como un paisaje lunar entre la arqueología lacustre de viejas huellas y el instinto telúrico que la artista descubre en la prioridad del tiempo. “El entretenimiento de la memoria” o “La jornada del tiempo” –que, en otras ocasiones, nos lo ofrece como una imagen simbólica de lo eterno-, “Otra mañana, otra tarde” o “La violación del alma”, “Continente”, entre más, pudieran ser fragmentos escogidos de una atenta lectura del Friedrich más maduro y standhaliano con los ecos remozados de un informalismo matérico. Y, a pesar de la nocturnidad y de una atmósfera asociada a cualquier apocalipsis o a la visión dramática y aislada del territorio magmático del espacio, Carmen Domínguez no elude los matices sensuales. Su pintura es ella misma, sus admiraciones y sus referencias lingüísticas, pero también es el placer reencontrado de la soledad de un taller, que, a diferencia del primer lustro pictórico de los ochenta, asocia a la desinhibición estética una sólida posición ética, puesto que para la artista pintar significa también comprometerse con la naturaleza y su conservación, con el tiempo y con los sentimientos que condicionan nuestra existencia.
X. Antón Castro
¿Enloqueció Carmen Domínguez?, pues puede que si. ¿Por qué no habría de hacerlo?. Tiene toda la atolondrada y enloquecida fiebre de los creadores de mundos. Construye universos, cerrados en si mismos, con un lenguaje que le pertenece a ella en exclusiva. Si su realidad nos es dada en su íntegra contemplación, estaremos delante del milagro, ya que ellos, los mundos, están esperando por nosotros.
La realidad existe porque existimos nosotros; es bien sabido. ¿Qué sería de ella de no andar por el medio de esta continua y milagrosa precipitación química que está hirviendo, en los humanos meollos, segundo a segundo, día a día, año a año? Pues posible, o acaso ciertamente, nada. Nada de nada. No habría realidad. Pero la hay. Está ahí y cada quien la observa de la manera que, su particular proceso químico, lo consiente u obliga, y así, hay quienes la ven de color de rosa; quienes sempiternamente negra; quienes como la boca del lobo y, quienes como seres tan inteligentes que son, se niegan a verla e incluso enloquecen. Otros, no alcanzan a intuir la frontera que separa la fantasía de la realidad y aún hay quienes, de forma deliberada y contumaz, insisten en confundirla. Existen dos posibilidades: dos locos de la misma locura construyen mundos y los habitan; uno, cuando piensa que es de día; otro cuando piensa que es de noche y, en ocasiones, incluso los pueblos enloquecen y deciden sueños impensables.
¿Enloqueció Carmen Domínguez? Pues puede que sí. ¿Por qué no habría de hacerlo? Tiene toda la atolondrada y enloquecida fiebre de los creadores de mundos. Construye universos, cerrados en sí mismos, con un lenguaje que le pertenece a ella en exclusiva. ¿Quién ve la realidad como ella la ve? Supongo que nadie, absolutamente nadie, sea capaz de leer la realidad como ella lo hace y se atreva a contárnosla de manera semejante a la suya. Por eso Carmen es gente capaz de conformarla a su manera y se puede afirmar de ella que enloqueció incluso decirlo sin rubor alguno. Los que no enloquecen son los que aceptan la realidad como les dicen que es y se resignan a ella sin remedio ni solución de continuidad ninguna, ¡eso es nada! Construir mundos y habitarlos. Tal es el privilegio de los que los crean, pequeños o grandes, reducidos o asustados en lienzos que fueron blancos y desnudos antes del emergente final de realidades hasta ese momento tan sólo guardadas.
Lo que viene a continuación se trata de un aviso de esos mundos. Si su realidad nos es dada en su íntegra contemplación, estaremos delante del milagro; ya que ellos, los mundos, están esperando por nosotros, escrutándonos desde la realidad que nosotros mismos les damos cada vez que somos convocados a su contemplación.
Alfredo Conde Prólogo del libro “Carmen Domínguez”, editado por La Xunta de Galicia en 1989.
Como un solaz donde albergar las imágenes de la infancia. Así se comporta el paraíso cromático de Carmen Domínguez, crecida de la semilla de las influencias de este siglo.
Como un solaz donde albergar las imágenes de la infancia. Así se comporta el paraíso cromático de Carmen Domínguez (Pontevedra, 1951) que estos días renuncia a la soledad del taller para mostrar su obra fértil, crecida de la semilla de las influencias más valiosas de este siglo. La lectura pausada de esta pintora tiene su abecedario en los fragmentos matéricos de tejidos –los “chadores” y las siluetas que se adivinan bajo la tela son un exponente del lirismo que destilan sus cuadros-; en las arenas, polvo de mármol y grafito. Sus sugestivos relieves y escalones que nos invitan a acariciar los límites de la percepción; castillos encantados y cuevas cuyo misterio se combina con luces de fuego y crepúsculo. Los colores salvajes de Carmen Domínguez predicen fórmulas de representación a través de una pintura que se apoya cada vez más en un marco que esconde una dimensión desconocida.
Ángela Molina ABC Cultural.
Madrid, 5-6-1998.
La pintura de Carmen Domínguez llega al alma porque es pintura joven y está impregnada de sinceridad y mensajes coherentes de sus sentimientos pictóricos. De su arte que siente en toda su pureza y plasma meditadamente con alegría en todos los temas de sus lienzos. Pinta y envuelve profundidades, lejanías pensadas, olas perdidas y con primeros planos bien cuidados y toque de color precisos.
Asoma emocionalmente ante los medios artísticos intelectuales de la ciudad, llena de fuerza y color, la pintora Carmen Domínguez, tras la presentación cariñosa del profesor Filgueira Valverde que, en un acto emotivo de presentación ponía de relieve la iconografía y valía de la pintura de una pintora con la que, de aquí en adelante, habrá que contar. Todo ello es bueno para Galicia –madre y tierra de grandes figuras intelectuales y pintores de categoría universal-, y especialmente para Pontevedra, donde en estos menesteres del arte, ocupa un alto lugar, como lo respaldan los resultados sorprendentes, lógicos, de sus bienales; escaparate y mirador al que se han asomado pintores consagrados de la categoría de Torres, Laxeiro, Colmeiro y otros. (Faltando todavía Rogelio Lorenzo y aportaciones de su nueva andadura, dentro de un expresionismo definido, moderno).
Pero es de la pintura de Carmen Domínguez de la que vamos a escribir ahora, en este momento, a las dos horas de haber visto su pintura, aprisionar en mis retinas –todavía no cansadasla vida colorística de los 38 temas que expone en la acreditada sala de exposiciones de la Caja de Ahorros de Pontevedra, ya que sin pensarlo (vine a Pontevedra a visitar a mis familiares) me vi metido de lleno y voluntariamente en el acto de la inauguración, que me sirvió para reencontrarme y abrazar al ilustre Filgueira Valverde y otros amigos, y sobre todo para tener el gusto de oler a pintura fresca y perderme entre los cuadros de Carmen Domínguez.
El pintar no es tarea fácil; ejecutar la idea es más difícil todavía; llegar al más allá de los pensamientos de los demás, un enigma; a veces lleno de ingratitudes y contrariedades. Pero esta pintura de Carmen Domínguez llega al alma porque es pintura joven y está impregnada de sinceridad y mensajes coherentes de sus sentimientos pictóricos, que espontáneamente nos ofrece. Parte de una buena cimentación, ya que edifica desde abajo y fortifica el edificio del arte que lleva adentro, para que no se caiga más adelante. De su arte que siente en toda su pureza y plasma meditadamente con alegría en todos los temas de sus lienzos. Lienzos que nos recuerdan huellas de otros pintores y caminos que está siguiendo –por ahoramovida por impulsos creativos que la llevan a producir pintura de calidades homogéneas controladas, donde su oficio se asoma valientemente y vemos en los temas de flores olorosas, frágiles y delicadamente pintadas, y envueltas en gamas bien orquestadas, donde, dentro de un precioso dibujo, encuadra los términos del tema en su sitio. Sitio que adorna de fondos de telas transparentes bien ejecutadas, que nos llevan a un campo de amapolas (ella las concibe así) o de nenúfares meciéndose en las aguas románticas y magras de un lago dormido lleno de reflejos y de rimas portadoras de “cantos de color” de “verdes nuevos” bien mezclados y armonizados. Y pinta y envuelve profundidades, lejanías pensadas, olas perdidas, de connotaciones cezannianas de contenido geométrico, de horizonte claro, ayudado de un monte logrado de tonos verdes y tierras, y primeros planos bien cuidados y toques de color precisos, colocados en su sitio, y estructuras de modernos edificios, modernamente tratados bajo el signo anteriormente expuesto.
Estamos ante una exposición de acentos realistas, de retratos dibujados con signos de mensajes portadores de otros decires y de pinceladas impresionistas en algunos paisajes, para llegar a Eva, y expresionismo claro (en este tema), para pasar al abstraccionismo de dos cuadros que tiene entrando a la derecha, para después perdernos en el contenido del cuadro mayor que expone y titula “Historia de Olivetti”, número 19, donde las líneas de su composición (modernísima) nos conducen a un camino lleno de caminos y de combinaciones cerebrales y colorido, y hasta de pautas a seguir...
Creemos que Carmen Domínguez y en lo que lleva de trayectoria plástica, creemos en su pintura y en su porvenir pictórico. Para ello tiene en cuenta con “buena cocina en ingredientes” para llegar muy lejos y hacer la pintura que ella sienta; para que por encima de todo sea sincerarse con ella misma. El camino y el estilo llegan solos; lo importante es ser verdaderamente auténticos para, por medio de la pintura, llegar a las almas de los demás y a Dios. Nuestra felicitación más sincera.
J. Corral Díaz.1980
Toda la lucha del arte está en la obra pictórica de Carmen Domínguez, una pintora que tiene en si un mundo propio.
Una pintora es un ser humano que siente la llamada en su carne, en su mente, de un querer decirnos algo con colores. Este ser presiente en lo más profundo un mundo de formas que le lleva ante una tela u otro soporte y allí, titubeando, inicia sus primeros pasos en una realidad soñada que poco a poco la va enriqueciendo con alegría y pasión. Otras veces el cansancio mental la deja ausente de su yo, el artista va consolidando su mundo, a través de los años nos va sorprendiendo. Toda esta lucha está en la obra pictórica de la pintora Carmen Domínguez. En sus últimos trabajos se ve liberada de ciertos consejos o lecciones de algunos maestros, es en ellos en los que yo presiento una pintora que tiene en sí un mundo propio. Contemos con ella en el rico conjunto de pintoras gallegas.
LAXEIRO (1993)
Dentro de la exposición colectiva de pintores cabe desctacar Carmen Domínguez, gallega de nacimiento, pero formada artísticamente en Madrid y en Paris. Se formación se aprecia en el buen sentido para conocer y combinar los colores y para tratar los vólumenes de la pinturas que, en algunos de sus cuadros pudiera decirse que alcanza la apariencia de relieve.
Dentro de la exposición colectiva de pintores jóvenes españoles figura también Carmen Domínguez, gallega de nacimiento, pero formada artísticamente en Madrid y en París. Esa formación se aprecia en el buen sentido que tiene para conocer y combinar los colores y para tratar los volúmenes de la pintura que, en alguno de sus cuatro cuadros, pudiera decirse que alcanza la apariencia de relieve. Sus flores sobresalen por la sensación de grupo que busca la libertad. También es interesante su paisaje gallego en el que los verdes se van degradando de acuerdo con las diversas gamas que los configuran. Es una pintora muy joven a la que conviene alentar y pedirle que, poco a poco, se vaya alejando de la sujeción a las formas para dar rienda suelta a la imaginación, lo que en estas obras comienza a vislumbrarse.
Jacques Marcel .1970
Para llegar al nucleo último de un jarro, de un ramo, de un paisaje, son precisas muchas horas de trabajo, de disciplina, de eliminación y de creación. El resultado de ese otro tiempo de serenidad nos situa en un sentido iconológico de sensualidad.
La muestra no es homogénea, ni unitaria desde el punto estilístico, técnico y temático, no pretende llevar al espectador profundos mensajes sociales, ni complicadas inquietudes. El planteamiento es sencillo, poético y sin problemas. Predominan las naturalezas muertas, el paisaje y el retrato. Cabe decir que hay finura cromática, juego luminoso y buena composición.
Para llegar al núcleo último de un jarro, de un ramo, de un paisaje, son precisas muchas horas de trabajo, de disciplina, de eliminación y de creación. El resultado de ese otro tiempo de serenidad en que las nociones de percepción trascienden el contenido de la naturaleza o los retratos para situarse en un sentido iconológico de sensualidad.
Roberto Taboada .1970
Carmen Domínguez es una voz que quiere levantarse en estos mundos oclusivos, engañosos, puesto que semejan ser abiertos cuando en realidad están cerrados. Es la esperanza en el lugar inixistente. Son en realidad, inquisiciones a un pensamiento que va cobrando realidad desde la renuncia a todo lo accesorio. Y su resultado será esta fuerza arrolladora, avasallante, descripciones, oquedades, relieves, tan frescos y tan intemporales. Es un universo preocupante, inquietador, que conmueve al espectador y hasta le renueve el ánimo.
La vigilia de la imaginación conduce al razonamiento. Y si el razonar se desviste de aditamentos, de cuanto es convencional, se ha de entrar, irrenunciablemente, en la senda que conduce a lo inefable. Acaece, no obstante, que semeja atajo, cuando en realidad es vereda erizada de dificultades. Más sólo así es posible la creación artística.
Carmen Domínguez, temperamento vital, comunicativo, apasionado, expansivo, se impone una morosa reflexión de raíz ascética, cuando se sitúa ante la superficie en la que expresará su peculiar estética. Se obliga a renunciar a toda referencia para adentrarse en mundos de silencio a los que dotará de elocuencia.
Vagos relieves, sinuosidades, artistas que se insinúan. Morfologías ariscas, asperezas, concreciones insólitas, se fijan en esa superficie, entre tonalidades neutras estructuradas en una vaga geometría. Calculadamente, entre zonas grisonegruzcas, verdidoradas, blanquiazulencas, un espacio auroral o la presencia de una forma indeterminable. Es una voz que quiere levantarse en estos mundos oclusivos, engañosos, puesto que semejan ser abiertos cuando en realidad están cerrados. Es la esperanza en el lugar inexistente, aunque presentido, idealmente visto y habitado, en el que sólo cabe la angustia envolvente, ese dantiano renunciar a toda esperanza.
No digáis que esta obra, esta indefinible emoción estética es únicamente pintura, ya que estamos ante invenciones plásticas en las que lo artesanal, claro que elevado a categoría, es compañero inseparable de la creación. Porque estamos ante un mundo propio, paradójico, ya que es complejísimo aparentando elementalidad.
A estas expresiones se llega, midiendo el proceso por jornadas de soledad, de diálogo íntimo con uno mismo. Son, en realidad, inquisiciones a un pensamiento que va cobrando realidad desde la renuncia a todo lo accesorio. Y su resultado será esta fuerza arrolladora, avasallante, de inscripciones, oquedades, relieves, aditamentos inesperados, tan frescos y tan intemporales, realizados desde el doble esfuerzo combinado, mental y físico.
Adjetivad como queráis la obra de Carmen Domínguez, menos calificándola de bonita, pues sería, además de un tópico, erróneo y hasta absurdo. Ya lo dijo Eluard: “Hay otros mundos, pero están en éste”. Y éste, el de Carmen Domínguez, es un universo preocupante, inquietante, que conmueve al espectador y hasta le remueve el ánimo. Más a fin gratificante, acaecerá que quien lo contemple inteligentemente, esto es, en actitud comprendedora, terminará con su espíritu sosegado. Porque – y la pintora lo sabeal fin se desprende de estos ámbitos una indeterminable, pero asible esperanza, que enhechiza la voluntad de habitar en ellos.
Quien tenga prisa, que pase de largo. Quien, en cambio. Desee sentir la revulsión íntima de su ánimo, que contemple despaciosamente esta pintura e inquiera, en cada cuadro, el enigma que tan celosamente vela. Porque cada uno es un mundo. Y todos, un cosmos asordadamente esplendoroso.
Francisco Pablos.
Sobre la obra de la artista gallega Carmen Domínguez, en esta exposición, escalera que asciende hacía un cielo tan azul que nos nubla la mirada, pese a que tiene ya la visita de una luna musulmana, casa roja levantada para custodiar la ternura, o escalones que dicen huir del color cuando más se abrasan en él. Sus trabajos respiran libertad total, dan idea de la claridad con las que han sido creados. No se queda en una mera ilusión óptica sino que va más allá.
Un crítico mexicano muy perspicaz, llamado Christopher Domínguez, ha publicado no hace mucho un excelente libelo en elogio y vituperio del arte de la crítica, en el que alega por una crítica impune, o sea “libre de castigo”, alejada tanto del sentimentalismo como de esa peste posmoderna inventada por los norteamericanos para conseguir aberraciones, tales como los “bombardeos humanitarios”, la corrección política.
Pocos son, sin embargo, los críticos soberanos que pueden escribir sin los lastres sociales, libres de esos castrantes imperativos del sentido común. Al díscolo que muestra con independencia su gusto no siempre necesariamente hagiográfico se le suele estigmatizar, bien como ese artista frustrado que supura la hiel del resentimiento, o como ese pobre cieguito para el que está vedado contemplar el arco iris radical de “lo moderno”sobre todo cuando se resiste a elogiar las ricas vestimentas del obsceno rey desnudo. Al crítico se lo busca, se lo halaga, pero también se lo teme, pero no porque pueda construir o destruir una reputación, y menos aún privar a nadie de su posteridad – Shakespeare sobrevivió sin mayores problemas al minucioso desprecio de la Ilustración-, pero sí porque es un especie de “gestor de la vanidad ajena”, un administrador de glorias pasajeras. Pero ser crítico de arte o de literatura tiene también sus inevitables riesgos, el peligro de las altivas bofetadas de los agraviados. Esta reflexiones previas vienen a enmarcar lo que voy a decir “impunemente” sobre la obra de la artista gallega Carmen Domínguez, escalera que asciende hacia un cielo tan azul que nos nubla la mirada, pese a que tiene ya la visita de una luna musulmana, casa roja levantada para custodiar la ternura, o escalones que dicen huir del color cuando más se abrasan en él.
Me gusta como fluctúa sin ninguna clase de complejos desde una austera figuración a paisajes mucho más abstractos, pero igualmente económicos siempre con esa impactante efectividad conseguida sin abusar de ningún recurso. Sus trabajos respiran libertad total, dan idea de la claridad con las que han sido creados, y esa claridad se ve rápidamente transmitida a su espectador que no puede dejar de sonreír ante contemplación tan serena. Pero hay más. Carmen Domínguez sabe contarnos cosas con las formas y el color, no se queda en una mera ilusión óptica, o en una llamada a los sentimientos, sino que va más allá: pergeñar una narración coherente pero sin necesidad de muchas palabras, le basta la delicadeza vertical de una hendidura para contarnos todo lo que puede pasar en ese “bosque de las primeras cosas”. Me satisface que su obra tenga un escaparate importante en Madrid, superando los inconvenientes de comunicación que suelen sufrir los artistas que viven y trabajan en la periferia, y poder adherirme a quienes han confiado en su calidad y en su singularidad. No se puede estar siempre ebrio, pero el licor que nos regala Carmen Domínguez tiene no sólo un gran paladar y una graduación equilibrada, sino un poder de fascinación muy agradable.
Marcos Ricardo Barnatán
La pintura de Carmen Domínguez es, en resumen, poesía redactada con pinceles.
Cuando se nace artista, la formación y la experiencia son las dos grandes condiciones necesarias para lograr el éxito. Éste es el caso de Carmen Domínguez, una pintora pontevedresa que se encuentra, en su más pura madurez, inmersa en ese gran mundo de actualidad plástica gallega que es, en el momento actual, vanguardia de la española. La artista está continuamente buscando nuevos caminos. Jamás se conformó con meta alguna de las que se propuso; cuando llegó a conseguirla, buscó nuevas vías, nuevas tendencias, nuevas formas de expresión, siempre en la línea de máxima actualidad para estar situada allí donde el arte se escribe con mayúscula.
Si en sus comienzos militó dentro del más puro formalismo, con el paso del tiempo y la dedicación de muchas horas al estudio de su propia obra, fue desdibujando la figura primero para hacer abstracciones en las que se podía adivinar el paisaje, luego combinando colores con líneas para darle una libertad más grande a la imaginación, tanto propia como de los espectadores de sus obras a través de un geometrismo heredado de Pondrían.
Más adelante fue despojándose de aquello que creía superfluo para centrarse totalmente en los colores asomando ligeras aberturas que insinuaban lo que podría ocultarse detrás de ellos y en sus últimas muestras, bajo el título general de “Chador” asumió, en unos collages en los que las cuerdas se sumaron a las telas y a los colores, un espíritu inspirado en la filosofía magrebí reducida a sus elementos más puros.
Hoy Carmen Domínguez, aunque con un trabajo perfectamente consolidado, sigue buscando nuevas líneas en las que expresarse no solamente en el sentido plástico del propio cuadro, sino también en el literario de los títulos que sabe buscar y que responden a una idea que, de no ser un cuadro, podría convertirse perfectamente en una historia escrita. “Entre dos nudos”, “Las dos orillas”, “Allí donde la memoria queda”, “Ayer en la batalla”, “Palabras mudas”, “Eco de algo”, “Derecho a decir”, podrían ser sin duda alguna títulos de relatos o de poemas.
Y es que la pintura de Carmen Domínguez es, en resumen, poesía redactada con pinceles.
Albino Mallo
Carmen Domínguez, como le ocurrio a Picasso, tiene dos modos fundamentales para la pintura. Son inolvidables para mí la expresión de la imagen, en la cara, de una mujer en la que aparece el espiritu de ella misma en observación. Y tambien la figura de un niño. Pero a mí me ocurre con la pintura de Carmen Domínguez que regreso a esa figura de mujer con un pañuelo en la cabeza, y con una expresión de riesgo, de valor y de sorpresa en la efigie, que hasta imagino que podría ser la propia imagen de la pintora para si misma. Me gustan los pintores que delatan la intimidad de la persona en la figura. Asomarse dentro de los demás no lo consiguen los sociologos; solamente los pintores.
En los pintores hay la diversidad imaginativa, o fantástica, o realista, de los sentimientos, y la manera de ver las cosas, desde la Naturaleza a la persona. Esto forma parte también del gran caudal en la narrativa o en el verso. Pero en el pintor aparece la exigencia de un realismo que tiene la obligación de expresar. Lo que ocurre es que hay pintores, y en este caso Carmen Domínguez, que tienen dos mundos íntimos para la interpretación de la realidad. Por eso se haría la clasificación un día sobre impresionismo y expresionismo, y también surgiría el surrealismo, como una mezcla de las dos cosas. Carmen Domínguez, como le ocurrió a Picasso, tiene dos modos fundamentales para la pintura. Son inolvidables para mí la expresión de la imagen, en la cara, de una mujer en la que aparece el espíritu de ella misma en la observación. Y también la figura de un niño, sorprendido por la duda, respecto a sí mismo para la figuración.
Luego Carmen Domínguez se va a la simbología de todo aquello que vive la pintora y que quiere expresar de una manera que no está en lo abstracto pero, sin embargo, aparece en el misterio o en la expresión de lo que puede representar lo que ve. Este modelo de pintura es la intimidad del autor ante lo que constituye su preocupación, o su admiración, o eso que tiene delante sin una expresión denunciadora. Entonces Carmen Domínguez se refugia en su interpretación de las cosas, y en una pintura que no es figurativa de la realidad, la cuenta de manera moral, o espiritual, o de agobio, o de triunfo, o de tristeza. El color y la augura se complican para que el protagonismo aparezca en la pintura, y no que la pintura sea solamente un agente del realismo. Ciertamente la historia de los pintores en su cerebro es célebre. Decir lo que pasa en un cronista, no es lo mismo que la imaginación disparatada o grandiosa de contarlo con el color, y no con la figuración como protagonista. Con algunos cuadros Carmen Domínguez se confiesa y dice algo como esto en uno de ellos: “El tiempo dura y perdura en su eterno ahora”. Algo parecido a decir que la Tierra tiene la monotonía de su origen y su tiempo eterno. También otro de sus cuadros tiene la significación o la expresión siguiente: “El lenguaje del secreto”. En esta colección hace el impresionismo de una vida cósmica. Pero a mi me ocurre con la pintura de Carmen Domínguez que regreso a esa figura de mujer, con un pañuelo en la cabeza, y con una expresión de riesgo, de valor y de sorpresa en la efigie, que hasta imagino que podría ser la propia imagen de la pintora para sí misma. Me gustan los pintores que delatan la intimidad de la persona en la figura. Asomarse dentro de los demás, no lo consiguen los sociólogos; solamente los pintores.
Emilio Romero
Hay horas, acaso sólo instantes como relámpagos, que parecen internos. Cada uno de nosotros saben de ellos: son los que tienen su resumen en la alegria o en el dolor, en la angustia o en esa luz que brevemente parpadea; son aquellos en los que la belleza es aprisionada como si fuese agua, o aire, o enamorado aliento que reposa en el recuerdo: son todos aquellos que merecerían días de nuestra vida, a cambio de dejarlo en un poema, en un lienzo. Horas llenas de belleza, escurridizos instantes en los que se cree detener la eternidad. Todas estas consideraciones vienen ante la contemplación de ese milagro consistente en deajr la luz, el movimiento, el color, retenidos en un lienzo, ya, casi, para siempre y confiados a la memoria de los sentidos.
Hay horas, acaso instantes como relámpagos, que parecen eternos. Cada uno de nosotros sabe de ellos: son los que tienen su resumen en la alegría o el dolor, en la angustia o en esa luz que brevemente parpadea, desde lejos, hacia ese agujero oscuro de silencio y miedo en que tan felices andamos todos nosotros; son aquellos en los que la belleza es aprisionada como si fuese agua, o aire, o enamorado aliento que reposa en el recuerdo; son todos aquellos que merecerían días de nuestra vida, a cambio de dejarlos retenidos en un poema, en un lienzo, también en una música que sonase levemente. Son horas no convulsas sino plácidas y reposadas, recoletas y amables que, si lo hay, silencian el ruido. Horas llenas de belleza, escurridizos instantes en los que la eternidad que en ellos se contiene queda, necesariamente, abandonada a la memoria frágil de los sentidos.
Y nosotros, los literatos, los poetas, vuelta a insistir en ser capaces de crear un instante de belleza. ¡Oh, y cuán justificada quedaría, de tal extremo conseguir, nuestra vida! Pero sabemos de la imposibilidad y, como mucho, de la excepcionalidad de dicho logro; por eso amamos a la gente limpia de alma que, antes de entrar en la intimidad de un texto, siente la obligación moral de respetarlo.
¿Quién, en la iglesia, no ha sentido la necesidad de volver la mirada y comprobar de quién era aquella voz, estridente y desacompasada, que resonaba, yerta, desgajada, al tiempo que convencida y feliz, y, sin embargo, no lo hizo por miedo a estropear aquel milagro de pureza, aquella incontenible explosión de ingenuidad y fe en los propios actos? Así puede acontecer con cada uno de nosotros, con cada uno de nuestros conceptos de belleza. Por ello es bueno saber que hay momentos que sólo pueden confiarse a la memoria de los sentidos, tan cristalina y transparente, tan corta y breve que, a veces, no parece ni propia. Arribo a todas estas consideraciones desde la lectura de Torga y la contemplación de un cuadro. De aquella proviene la reflexión, inútil como tantas otras, que me hago y tengo la insolencia de confiar a ustedes; de ésta, la expresión de tanta duda y temor como los que me acechan, ante la contemplación de ese milagro consistente en dejar la luz, el movimiento, el color, retenidos en un lienzo, ya, casi, para siempre y confiados a la memoria de los sentidos. Que diga yo que la lectura de la obra de Miguel Torga me sugiere mundos para habitar como si fueran propios no reviste mérito alguno y despertará, a buen seguro, sonrisas cómplices y amigas; pero que lo diga de la contemplación de un cuadro de Carmen Domínguez, de quien, hace pocos meses, ni sospechaba yo que pudiese ser pintora, no deja de ser una osadía, solamente justificable en esa aproximación al texto, prudente y cauta, a la que, de algún modo, aquí ya se ha aludido; en esa obligación moral de respetarlo que, si se pide para los demás, debe de exigirse a uno mismo. Y es que más cómodo sería hablar de Modigliani, pero hace meses que huyo de una moto, potente y veloz, casi ingrávida, aprisionado en un instante que nunca volverá a repetirse; de una moto atrapada en la polvareda que levanta, en la algarada que de ella surge y que queda, en la belleza, silenciada en la luz que atraviesa y resquebraja; de una moto que, en un instante como un relámpago, cruza por delante de una ventana abierta al mundo en que estamos, abandonada al goce frágil de los sentidos, hermosa toda ella y única. Hace meses que huyo de esa moto, acaso porque no la ha pintado Modigliani, acaso porque no sospechaba yo tal ocupación a su autora o tenía miedo a equivocarme por culpa de la sorpresa – esas dichosas maquinitas son ruidosas, ya se sabe -, pero hoy dejo constancia de ello. A dicha moto debía esta reparación.
Alfredo Conde
La pintura de Carmen Domínguez expresa fundamentalmente esos contenidos con el color y en el tratamiento de sus diferentes gamas. Consigue con el cromatismo se sienta comodo sin romper la armonia, se encuentra en ellas un color y un sentimiento, por encima de la frialdad aparente de los riesgos. Ha dejado atrás una etapa de figuración pura, de la que quedan como muestras sus paisajes y sus retratos.
La más reciente pintura de Carmen Domínguez – me refiero a la realizada desde 1987 hasta la actualidad – se ha apartado de formas muy concretas para introducirse en una abstracción geométrica llena de contenidos, puesto que no faltan entre sus trazos algunas figuras fácilmente reconocibles. Expresa fundamentalmente esos contenidos con el color y el tratamiento de sus diferentes gamas. Consigue que el cromatismo se sienta cómodo sin romper la armonía, por lo que todas sus obras resultan agradables al espectador medio, que encuentra en ellas un calor y un sentimiento, por encima de la frialdad aparente de los riesgos.
Hay que resaltar la simbología de la pintura de Carmen Domínguez, especialmente en el cuadro dedicado al centralismo, en el que una serie de trazos circulares se asemejan a las autonomías, que se unen a la capital de España, representada por la Cibeles, pero a su vez se extienden en busca de sus propias identidades. O en el tema “Pontevedra”, en el que aparecen mezclados, pero perfectamente identificables, una serie de lugares – símbolo de su ciudad natal. O bien en “Mercado”, cuadro por el que resultó seleccionada en la I Bienal de Unión Fenosa.
Otros cuadros de Carmen Domínguez se acercan más a la abstracción y se sitúan en un geometrismo heredero de Mondrian, en el que la combinación de los trazos se completa armónicamente con la de los colores, unas veces puros y otras degradados para evitar choques fuertes y adaptándolos a una visión grata.
De momento Carmen Domínguez ha dejado atrás una etapa de figuración pura, de la que quedan como muestra sus paisajes, sus retratos y sus bodegones, y otra de figuración más acelerada, con ejemplos en sus flores y sus escenas deportivas.
Como pintora joven y en línea de evolución, cabe esperar que siga en permanente busca, la cual, tal y como dijo Picasso a sus ochenta años, es algo que un artista no debe abandonar.
Eduardo Álvarez. Prólogo Carmen Domínguez
En la pintura de Carmen Domínguez se aprecia una luz que sale directamente de las relaciones entre los colores, asoma su sentido de libertad y su búsqueda de unos espacios en los que colocar los simbolos que llegan a su mente. Su pincelada es segura. Sus trazos de espátula son firmes, y la combinación que hace con los colores es perfecta para lograr una composición cromatística general que lleva al equilibrio, eso tan dificil de conseguir y que distingue al genuino artísta.
En la pintura de Carmen Domínguez se aprecia una luz que sale directamente de las relaciones entre los colores. A través de las obras expuestas en la sala Luis Seoane del Centro Gallego, puede conocerse una evolución que va desde unos principios académicos en los que demuestra conocer muy bien las técnicas y las fórmulas de la profesión, hasta unos cuadros más informales en los que, despojada de la carga que suponen las aulas de enseñanza, asoma su sentido de libertad y su búsqueda de unos espacios en los que colocar los símbolos que llegan a su mente.
Su pincelada es segura. Sus trazos de espátula son firmes y la combinación que hace con los colores es perfecta para lograr una composición cromatística general que lleva al equilibrio, eso tan difícil de conseguir y que distingue al genuino artista. Carmen Domínguez, una mujer joven en la que se aprecia constante evolución, tiene que seguir insistiendo en su búsqueda de emociones para transmitirlas a través de su gama de colores, donde, en nuestra opinión, se encuentra el valor más en alza de su pintura.
Martín G. Rabatti
Carmen Domínguez aborda temas como Vida, Nacimiento de la electricidad, Infinito, Vivaldi…creados a través de un símbolo y en su mayoría rodeados de un conjunto de piezas que se van encajando geométricamente, siguiendo un sentido espiral o laberíntico.
La influencia del cubismo picasiano se observa como primer hecho relevante en la forma de llevar a término la mayoría de las obras de Carmen Domínguez. Me refiero a las obras que ha preparado para presentar en la exposición de la Casa de la Parra. La artista pontevedresa, al igual que el gran pintor, empezó con el arte figurativo.
Se ha dicho de ella en anteriores exposiciones que es una pintora que utiliza todas las gamas cromáticas (cosa que no es del todo cierta) o que sus cuadros son una explosión de color. A la vista está. Pero nadie ha contado el hecho de que Carmen ha estudiado durante algunos años en París y ha sido influenciada no sólo por los impresionistas, tendencia que se ha hecho universal y casi imprescindible para todos los artistas, sino por el fauvismo.
Carmen Domínguez aborda temas como Vida, Nacimiento de la electricidad, Infinito, Vivaldi...creados a través de un símbolo y en su mayoría rodeados de un conjunto de piezas que se van encajando geométricamente, siguiendo un sentido espiral o laberíntico. El motivo es el pretexto del cuadro, como si hubiese una cierta obligación ética de dar una información.
Posiblemente esta sea la lucha que mantiene Carmen Domínguez: el deber de decir algo y la necesidad imperiosa de diseñar conjuntos poéticos. Ella estructura de una forma plástica la realidad poliédrica que le sugiere cada momento. Parece evidente que Sueño Onírico, Jefe I y Jefe II, Elegancia y algunos de los cuadros sin título obedezcan más a la voluntad íntima de la composición. Los colores se convierten en binarios, pero siempre los utiliza en “fase pura” sin mezclar. De esta forma, facilita el contraste.
Ariana F.P.
El color en sí está presente, no se puede decir que esta pintora gallega destaque en una determinada gama cromática, es que domina todas de una manera perfecta, consiguiendo que líneas y colores vayan a la par, haciendo que los paisajes, en algunos de los cuales se ve el amor de la artista por el mundo clásico, tengan una vitalidad estallante.
Siempre se ha creído que figuración y abstracción eran enemigos irreconciliables, pero en la pintura de Carmen Domínguez ese tópico desaparece, haciendo que el estudio de línea y color vayan formando pareja.
Desde luego cuando se ve que hay una gran artista rápidamente se da uno cuenta. Sólo al entrar en la galería y echar un vistazo a los cuadros, estos surgen con una considerable fuerza. El color en sí está presente, no se puede decir que esta pintora gallega destaque en una determinada gama cromática, es que domina todas de una manera perfecta, consiguiendo que líneas y colores vayan a la par, haciendo que los paisajes, en algunos de los cuales se ve el amor de la artista por el mundo clásico, tengan una vitalidad estallante. Además hay un detalle que merece la pena ser destacado en la pintura de Carmen Domínguez, que es la sencillez de sus composiciones, en las que puede parecer que hay un abigarramiento de formas, pero cuando se los contempla con calma, vemos que sólo hay líneas y colores presentados de una manera concisa y lineal, procurando que los volúmenes queden resaltados y que la geometría, que tanto interesa a la pintora, tenga el predominante papel que Carmen ha querido conferirla dentro de su producción plástica.
Pedro Fco. García
En la pintura de Carmen Domínguez se aprecia una luz que sale directamente de las relaciones entre los colores, asoma su sentido de libertad y su búsqueda de unos espacios en los que colocar los espirales de la vida.
Con un conjunto de obras que tienen como temática el territorio existencial del paso del tiempo, se presenta la pintora Carmen Domínguez Vaz en el marco del Palacio de la Diputación. Desde que irrumpiera en el panorama pictórico en la década de los 80, la evolución de Carmen Domínguez ha ido manifestándose plenamente hasta alcanzar sus aspectos más representativos con la exposición de la madrileña Galería Macarrón, no ha parado de definir y definirse como artista plástica, defendiendo la pintura como método de vida, mudando su creatividad en la soledad del estudio.
La pintura en esta artista se desentraña a modo de liturgia Zen, al punto que la toma de conciencia sobre el devenir del tiempo puede si cabe parecer cruel al espectador. Creencias, preguntas e incertidumbres se presentan a lo largo de todo el proceso creativo. La imagen es casi inexistente y enormes fisuras recorren todas sus obras, cuando no llegan a convertirse en estallidos de luz o en positivas expresiones del pensamiento sustentadas en el color.
La duda aparece en todos sus cuadros, sostenidos por un ambiente texturizado absolutamente kinestésico y táctil que dice mucho del contacto con los elementos atmosféricos y terrenales. Los trabajos llevan al espectador a un mundo rico de simbología, que sirven de base a preguntas como la de ¿está el ser humano convencido de la finalidad de su propia existencia o solamente es un mero instrumento de la Naturaleza? Dudas y preguntas como esta, están latentes en sus actuales lienzos.
La pintora desnuda sus obras de contenidos literarios, dando proyección a preguntas y sentimientos a través de introspecciones culturales, reduciéndolas a estados totalmente sintéticos y conceptuales. En esta ocasión y bajo el título “Como excusa, yo”, la pintora desvela en sus soportes las claves del tiempo presente y dice en el más sincrético de todos sus cuadros, palabras como “quizá, ahora si...ahora no...después...”. Expresa con perfección los ciclos vitales de la vida, aire, lluvia, fuego, son los protagonistas de un eterno retorno, patente en sus “Kundalinis” o espirales de la vida.
Carmen Prieto
El color en la mayoría de los cuadros expuestos es lo que nos atrapa. Este color es tratado sin timidez. Toda la escala cromática hace acto de presencia. La materia es aplicada de una forma equilibrada, en donde en el interior de sus límites emerge el color potenciando el dramatismo y la emoción de la composición.
Un aire nuevo y de búsqueda nos trae la pintora pontevedresa Carmen Domínguez, que estos días expone en la Sala Municipal del Ayuntamiento de A Coruña. Su obra nos transporta a un mundo paisajístico donde el color, los signos y las composiciones geométricas abren nuestra imaginación y nuestros sueños. El color en la mayoría de los cuadros expuestos es lo que nos atrapa. Son explosiones vitales no contenidas que surgen de un punto concreto de la superficie del lienzo, expandiéndose bien sobre un color base u ocupando todo el espacio.
Este color es tratado sin timidez. Toda la escala cromática hace acto de presencia, no aparece desordenado y la geometría es la protagonista creativa de la que nacen sus formas. La conjunción de lo espontáneo y de lo mediato se hace patente.
En la obra de Carmen Domínguez hay una clara semiótica que a veces, son simplemente símbolos gráficos, otras arquitectónicos, la mayoría de las veces geométricos, que configuran su diseño gráfico particular no exento de emoción. La configuración sólo está presente en una de las obras expuestas, pero nace anecdóticamente de la ya mencionada explosión geométrico-cromática para denotar y potenciar un pensamiento de su autora mediante un lenguaje simbolista. La materia es aplicada de una forma equilibrada en la obra que titula “Color en libertad”. Una masa telúrica de color neutro desaparece bruscamente en el centro de la tela y en el interior de sus límites emerge el color, potenciando el dramatismo y la emoción de la composición. El gusto por el equilibrio de los cuerpos geométricos se hace patente en obras donde el color deja de ser protagonista principal, para que de las líneas que crean los volúmenes y del sobrio ambiente general del cuadro emane el dramatismo y emoción necesarios para llegar al espectador.
Antonio Garrido
La pintura de Carmen Domínguez llega al alma, está impregnada de sinceridad y mensajes coherentes de sentimientos, para que a través de nuestros ojos lleguen a aproximarse a nuestras almas.Una pintura llena de fiebre y de color.
El pintar no es tarea fácil; ejecutar la idea más difícil todavía; llegar al más allá de los pensamientos (no políticos) de los demás, un enigma, a veces lleno de ingratitudes y contrariedades ( como suele ocurrir en política).
Pero la pintura de Carmen Domínguez llega al alma porque es una pintura joven y está impregnada de sinceridad (no frecuente en política) y mensajes coherentes de sus sentimientos pictóricos que voluntariamente nos regala, para que a través de nuestros ojos lleguen a aproximarse a nuestras almas.
Carmen Domínguez parte de una buena cimentación, ya que edifica desde abajo y fortifica el edificio del arte que lleva adentro, para que, como ocurre tantas, veces, no se derrumbe, y con la caída quedar rotas las ilusiones.
Estamos ante una pintora de acentos realistas, de retratos dibujados y pintados con signos de mensajes portadores de otros mensajes que nos llevan a pinceladas impresionistas sobrecogedoras llenas de lirismo y empastes medios, para acercarnos a unas construcciones modernas de acercamientos cezannianos de contenido geométrico.
Siendo ésta una manera de hacer pintura llena de fiebre y color para llegar al prójimo y sentirse despiertos para acercarnos más y más al Arte.
Color Gris
Carmen Domínguez, que se considera como “primitivista en la creación de una atmósfera densa y emocional con referencia directa a la materia orgánica”, está utilizando en su obra actual una serie de materiales añadidos a la pintura, como pueden ser distintos tipos de tierras, con el fin de que sus cuadros adquieran relieves casi escultóricos, porque considera que en eso “se aproxima más todo lo que llevo en mi mente a la plasmación que quiero hacer de ello”.
Como un enorme ramillete de flores, repartido por una veintena de cuadros, Carmen Domínguez presenta en el Casino del Atlántico de A Coruña una de sus vertientes plásticas dentro del campo de la figuración, poco habitual en su quehacer ordinario, pero que, como ella misma reconoce, “se trata de ejercicios de color que capto del natural y que significan un descanso dentro de mi trabajo”. Flores, en alguno de los casos, de grandes dimensiones, superiores a como las ofrece la naturaleza, como si fueran vistas a través de una lente de aumento, para cuya creación la pintora utilizó la espátula y grandes cantidades de colores puros que, en ocasiones, crean sobre el lienzo auténticos volúmenes. Esta exposición, dentro de la línea que se ha trazado la pintora, que se encuentra más entre la abstracción geométrica y la concepción onírica, permite conocer otra expresión más de un trabajo que considera muy válido, “porque se puede ser figurativo, sin estar pasado de moda”. Carmen Domínguez, que para realizar sus flores salió a los jardines de su entorno, realiza el resto de su obra dentro del estudio porque estima que “hoy en día los pintores ya no están obligados a buscar un tema fuera de ellos mismos. La mayoría de las veces se trabaja a partir de una fuente interior que va dictando todo aquello que se quiere expresar y que es la consecuencia de un proceso mental que se lleva a la práctica sobre el lienzo”. Van quedando atrás, en la trayectoria profesional de Carmen Domínguez, exposiciones importantes como las realizadas en la Casa de la Parra de Santiago, en la sala Gaudí de Madrid o en el Ayuntamiento de A Coruña. Muestras de cuadros que, en su mayor parte, han ido ya a parar a manos de instituciones o de coleccionistas privados. Algunos, incluso, se ofrecen ante los ojos ingenuos de jóvenes estudiantes de bachillerato en diversos institutos de Galicia gracias a la adquisición de la Xunta con cargo a un porcentaje del presupuesto de las obras públicas. En el futuro de esta pintora está ya planeada una nueva exposición con sus creaciones más recientes e incluso con otras que tan sólo son ideas que aún no han llegado a plasmarse, “porque necesito mucho tiempo ya que se trata de cuadros muy elaborados y además de grandes dimensiones. Por eso calculo que todavía debe pasar un año hasta que presente en Madrid lo que ahora estoy haciendo”. Carmen Domínguez, que se considera como “primitivista en la creación de una atmósfera densa y emocional con referencia directa a la materia orgánica”, está utilizando en su obra actual una serie de materiales añadidos a la pintura, como pueden ser distintos tipos de tierras, con el fin de que sus cuadros adquieran relieves casi escultóricos, porque considera que en eso “se aproxima más todo lo que llevo en mi mente a la plasmación que quiero hacer de ello”. Cree Carmen Domínguez, que “para realizarse plenamente hay que tener el coraje de bordear precipicios y acaso caer en ellos”, por eso añade que “a este precio, y a fuerza de empresas peligrosas, se es original hasta el punto de llegar a ver claramente el camino y atenerse a él sin desfallecer”.
Albino Mallo
Diversos autores; Antonio Bonet Correa, Antón Castro y Emilio Romero, coinciden en que se trata de una pintura que quiere expresar sensaciones y estados de ánimo. Carmen Domínguez busca “convertir todo lo vivido y existido en pintura”. Se trata, desde luego, de un trabajo sólido y serio, cualidades que se desprenden inmediatamente de esa limitación en el número de elementos utilizados y en la claridad con que se exponen las ideas.
Acaso de la necesidad de hacer realidad aquello que se pinta, de ir más allá de la imagen del cuadro, proceda la obra actual de Carmen Domínguez: aquí, el lienzo se tensa suavemente, sensualmente, desde los bordes hacia el centro, para crear una cavidad, una forma tridimensional que es producto de los avatares de resto de la pintura. Luego, esta forma tridimensional dialoga con la superficie plana y el conjunto es un equilibrio sereno, suma de varias tensiones.
Coinciden los autores del catálogo, Antonio Bonet Correa, Antón Castro y Emilio Romero en que se trata de una pintura que trata de expresar sensaciones, estados de ánimo: la artista busca “convertir todo lo vivido y existido en pintura”, “trasladar al lienzo la versión visual de sus sensaciones”, escribe el primero, y Castro, a quien interesa el carácter romántico y científico de esta obra, se detiene en la “dimensión poética del lenguaje que acompaña a sus títulos y la soledad que traslada a cada uno de sus cuadros. Soledad que presiente la pintora en una óptica cromática reduccionista, incidiendo en la oscuridad (...)... soledad del cuadro como territorio experimental de una geografía desértica y expandida”.
Se trata, desde luego, de un trabajo sólido y serio, cualidades que se desprenden inmediatamente de esa limitación en el número de elementos utilizados y en a claridad Con que se exponen las ideas. En “Con tacto” dos grandes formas, como manchas blancas, se abrazan delicadamente en el centro del lienzo; en “Allí donde la memoria queda”, una oquedad triangular ha quedado aislada del color por una gran mancha negra que parece estar expandiéndose para ocupar todo el lienzo; el paisaje de “Donde habita el olvido” sigue un esquema similar, pero nos muestra un extraño lugar en sombras. “Siempre y nunca”, “Las dos orilla”, “Rojo sobre verde”, “Entre dos nudos”, examinan fenómenos, dualidades, oposiciones, y exploran las sensaciones que estos encuentros y alejamientos producen.
El Punto
Carmen lo reconoce: “Sé que con esta pintura difícilmente puedo complacer a quien quiere colocar un cuadro en su hogar, sobre todo si no tiene una sensibilidad avanzada. Pero insistiré en ella porque yo no pinto con intereses comerciales, sino porque necesito desarrollar sobre el lienzo las ideas que llevo en mi mente. En la pintura de Carmen Domínguez hay en primer término, una excelsa interpretación colorística, que en algunos cuadros, se hace orgiástica por lo que de sentido apolíneo tiene y contiene.
Carmen es una mujer joven que desde sus tiempos de estudiante tomó la pintura como un arte serio en el que podía expresar su mundo interior, por encima del carácter ornamental que pueda tener. Por esta razón no se doblegó ante los cuadros fáciles, propios para colocar en la pared de cualquier hogar que desee mostrar una expresión artística fácilmente reconocible, y se ha lanzado, con fuerza, hacia los grandes formatos y hacia unas ideas de plástica geométrica que exigen un atención especial en quien las contempla y una vocación decidida en quien las adquiere.
Carmen lo reconoce: “Sé que con esta pintura difícilmente puedo complacer a quien quiere colocar un cuadro en su hogar, sobre todo si no tiene una sensibilidad avanzada. Pero insistiré en ella porque yo no pinto con intereses comerciales, sino porque necesito desarrollar sobre el lienzo las ideas que llevo en mi mente. Y hoy por hoy, preciso de grandes formatos y juego –para mí la pintura es un juego muy seriocon los trazos geométricos y con los colores que en cada momento considero oportunos”.
Colores fundamentalmente fuertes... “Si, son fuertes, pero por encima de todo vivos. Concibo mi forma pictórica como una expresión de vida que surge de entre las pinceladas rojas, azules, ocres y también de esos blancos que aparecen y desaparecen muchas veces de las obras”. Hace algunos años Carmen Domínguez se encontraba dentro de una línea figurativa en la que el retrato y los bodegones aparecían como temas más o menos habituales. ¿Abjura de todo ello? “No tengo por qué arrepentirme de lo que hice. Posiblemente, si no hubiera comenzado por un trazado académico, ahora no estaría dentro de la línea creativa que me marco. No estoy de acuerdo con las personas que piensan que en pintura, como en cualquier otro arte, se puede
comenzar por lo más avanzado. Cualquier gran maestro contemporáneo, que ahora crea unas formas abstractas, a veces tan simples que parecen infantiles, las ha logrado después de haber ido simplificando su concepción estética”.
-¿Por ese camino llegó a las figuras geométricas cargadas de color? “Llegué, pero no me he detenido. Primero pasé por un realismo distorsionado, en el que incluí muchos cuadros de flores y algunos con motivos deportivos. Luego entré en una abstracción figurativa, es decir, que aún alejándome de las formas realistas, podía advertirse en el cuadro algún sentido concreto, como ocurre por ejemplo con el “Mercado” o “Pontevedra”, que figuran en la exposición”.
-Hasta llegar a esa especie de signos cabalísticos de los cuatro o cinco últimos cuadros... “En efecto, es donde ahora me encuentro. Tal vez haya llegado a encontrar algún aspecto mágico de mi subconsciente que reflejo en la pintura. No lo sé, porque tampoco me lo he planteado de una forma deliberada. Han salido así estos cuadros y supongo que en el futuro crearé algunos que sigan esa misma línea, pero a decir verdad no me atrevo a asegurarlo”.
-¿Quiere decir, entonces, que sus criterios son muy cambiantes...? “Claro que lo son y ello no me parece malo. Como tampoco critico a aquellos que tienen criterios fijos. En la historia del arte se puede encontrar a grandes creadores que respondieron a las dos formas de vida. No hay más que analizar la obra completa de un gran artista, un pintor por ejemplo, para comprobar que en algunos casos pasa del realismo a la abstracción y viceversa, y de otro que se mantiene siempre en el realismo o siempre en la abstracción. Y ello no quiere decir que uno de los dos esté equivocado. Yo pienso que ambos, si hacen una obra buena, siguen el camino real que les dicta su conciencia”.
Eduardo Álvarez